Miradnos bailar by Leïla Slimani

Miradnos bailar by Leïla Slimani

autor:Leïla Slimani [Slimani, Leïla]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Otros
editor: ePubLibre
publicado: 2023-06-02T00:00:00+00:00


«Selim ha desaparecido». Al otro lado del teléfono, Mathilde lloraba, y Aicha no entendía lo que le contaba su madre. Había ido a la oficina de Correos y Telégrafos de Rabat para telefonear a sus padres y anunciarles que se quedaría unos días más en casa de su amiga. Mathilde enseguida la interrumpió: «Selim ha desaparecido», y Aicha ya no se atrevió a hablar de lo suyo. Hizo preguntas a su madre. ¿Cuándo se había marchado de casa su hermano? ¿Habían hablado con sus amigos? ¿Tenían alguna idea de dónde podría estar? Mathilde solo respondió con llanto y sollozos. «Me ha robado dinero. ¿Te das cuenta? Me ha robado». Aicha siguió preguntando: «¿Has avisado a la policía?». Mathilde la cortó en un tono seco: «¿La policía? La policía no pinta nada en esta historia. Los trapos sucios se lavan en familia. No se te ocurra comentarlo con nadie. Si te preguntan por él, Selim está bien, ha viajado a Alsacia».

Mehdi la esperaba fuera, sentado en la terraza de un café, bajos los arcos de la avenida Allal Ben Abdellah. Cuando ella regresara de hablar por teléfono, le propondría ir a su casa, al apartamento que ocupaba en la calle de Bagdad, a pocos metros de Bab Errouah. Hacía días que pensaba en ello y se imaginaba a Aicha sentada en el sofá de su salón, con las piernas cruzadas, con sus largas manos serenamente colocadas sobre su regazo. O quizá de pie, ojeando los libros de la biblioteca que él mismo había montado con ladrillos y tablas de madera. Pondría música, un disco de Sarah Vaughan o de Lady Day. Le prepararía un té y se quedarían allí, el uno junto al otro, en el salón bien templado por la luz del sol. Abriría la ventana que daba a la fachada de un antiguo palacio. La acercaría a él, la abrazaría fuerte, tanto que sus costillas crujirían como la cáscara de una nuez. Reflexionaría sobre lo que le iba a decir, aunque no pronunciaría ninguna palabra. Hiciera lo que hiciera, estaba seguro de que ella lo entendería. Llevaban tres semanas viéndose a diario. Se besaban, se ocultaban en el coche o esperaban a la noche para encontrar un lugar aislado, en la playa o en el jardín de Henri. Nunca había surgido la oportunidad de tener un cuarto para ellos solos, y Mehdi pensaba en ello. En su piel desnuda. En el deseo que despertaba en él, en cómo transcurriría todo. No quería que ella sintiera que él le había tendido una trampa, que se asustara. A decir verdad, no tenía ninguna idea de la manera como ella enfocaría las relaciones sexuales. Ninguno de los dos había hablado de ello ni se habían preguntado sobre sus aventuras pasadas y sus experiencias. Se bebió el café, cerrando los ojos con cada sorbo. Disfrutaba tanto con aquella anticipación que esperaba que la llamada de teléfono durase mucho. Ella le había comentado que su madre se llamaba Mathilde, y no sabía el motivo, pero se había quedado impresionado por ello.



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